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martes, 16 de junio de 2020

Te presento a Marisa (Cuento con un tono Erótico)



Hace un mes que Germán no viajaba a Santiago del Estero a visitar a su madre. Él cursaba segundo año de Abogacía en una facultad pública de Córdoba, mientras que Doña Inés, vivía en Pozo Hondo, un pueblito ubicado al sur de la capital Santiagueña. Mujer creyente como pocas, hábito que se acentuó, tras la muerte repentina 
de su esposo Roberto en un accidente de tránsito. Este desafortunado evento, predisponía a que la relación con su hijo sea muy apegada, a tal punto, que algunas veces se tornaba asfixiante. 

Eran tres llamadas diarias a rajatabla, incluido domingos y feriados. Todas las mañanas iniciaban de la misma forma:

—¿Te lavaste los dientes y la cara?, ¿Te peinaste?, ¿Hiciste la cama?, ¿Te cambiaste la remera?

En cada visita de su hijo, ella le preparaba las valijas con la ropa planchada y perfumada, también le cocinaba comida para freezar y aprovechaba esa corta estadía de fin de semana para despertarlo con el desayuno en la cama e incluso, ya con diecisiete años, solía arroparlo antes de dormir y le apagaba la luz. 

Como cada viernes de principio de mes, él regresaba a su casa para disfrutar de la atención y el cariño incondicional de su madre. Aunque esta vez, con la dulce compañía de una hermosa chica dos años mayor, que había conocido hace un tiempo. Y como la cosa parecía ir enserio, decidió que era el momento propicio para presentársela a su madre.

Una vez adentro, Doña Inés los recibió con inmensa satisfacción y sin cruzar demasiadas palabras, tomó de la mano a Marisa para mostrarle fotos y porta retratos que adornaban la casa. Miraron imágenes de Germán desde que era un bebé de días reposando en los brazos de Roberto, hasta las últimas, tomadas apenas unos meses atrás. Le mostró en su alacena de algarrobo con vidrios corredizos, los primeros escarpines blancos e inmaculados que ella misma le tejió; el primer dibujo hecho con crayones; la bolsita de tela escocesa azul que usó en jardín de infantes; un frasco pequeño con los veinte dientes de leche que cambió cuando era niño y continuó así con otros objetos, en esa especie de museo cronológico que Marisa miró con ternura, pero a la vez, con cierto escalofrío. Cada tanto le preguntaba a esa hermosa joven sobre sus cosas: cual eran sus gustos, que hacían sus padres, como se conocieron, y fue armando en su mente un expediente de aquella mujer que en cierta medida le había quitado una parte de su hijo. Por supuesto Marisa, advertida de antemano por Germán, en calma y sin titubeos, respondió con claridad a cada pregunta que Doña Inés le propinaba. 

La presencia de Marisa, no inhibió a la dueña de casa para malcriar a su hijo como sucedía en cada una de sus visitas periódicas. Medialunas calentitas para el desayuno; luego amasó unos tallarines que acompañó con estofado para el almuerzo y finalizó con un postre borracho. Doña Inés se encargaba de todo: juntar las tazas y los platos, lavarlos, llevar la comida a la mesa y servirle a cada uno. Hasta intentó cortarle la carne de estofado a Germán, pero éste le lanzó una seña minúscula, imperceptible a los ojos de su novia. Una incisiva apertura de ojos y un bloqueo de mandíbula, dándole a entender que se estaba sobrepasando.

El almuerzo se consumió al igual que el postre y tras un café con chocolates rellenos de licor y una corta sobremesa, llegó la siesta sagrada en aquellos lares Santiagueños. 
Germán, con gran astucia tomó a su novia de la mano y la guio en dirección al pasillo que daba a su vieja habitación. Desbaratando con esto, cualquier artilugio de Doña Inés, por hacerlos dormir en piezas separadas. Entraron al cuarto donde se hallaban dos camas de una plaza, pero ni bien cerraron la puerta, ellos prefirieron acurrucarse en una sola, por más que afuera resaltaba el estrepitoso chirrido de los coyuyos, y ellos en la habitación sin siquiera, un mísero ventilador de techo. 

Luego de una hora de sueño ininterrumpido, en esos roses casi involuntarios, la respiración de ambos cambió de ritmo y podía escucharse el resoplido acentuado de sus respiraciones. La mano de Germán, se deslizó suave por el brazo de ella, provocando que los bellos casi imperceptibles de su piel se ericen, como sensores capaces de intuir el posible desenlace. Finalmente la mano llegó a sus caderas sensuales y comenzó a masajearle los glúteos carnosos y firmes.
La excitación de ambos era evidente y sin esperar más, arrojaron el colchón al piso, para sortear los crujidos de aquella vieja cama de madera que podía delatarlos. 

Ambos de pie, comenzaron a besarse, sus lengua se entrelazaron, en tanto se fueron quitando de a poco la ropa hasta quedar desnudos. Él la tomo de los hombros y la giró de espaldas en un movimiento brusco. Ella se arrodilló abriendo sus piernas y bajó su torso hasta quedar con la boca sobre la almohada y sus manos apretujaron las esquinas del colchón, para soportar las embestidas salvajes de su amante. A pesar de los intentos por no hacer demasiado ruido en la habitación, el jadeo incontenible y los chasquidos que producían  en cada vaivén, eran lo suficiente sonoros, como para no percibir los chancleteos.
Doña Inés, irrumpió en la habitación sin golpear y justo vio la erección de su hijo introducirse en la vulva humedecida de Marisa que daba pequeños espamos tras haber llegado al éxtasis. Intuitivamente ambos amantes, intentaron taparse con las sábanas sus cuerpos sudorosos, e Inés, tras fruncir el ceño, primero tapo su boca con una mano intentando retener su horror y rápidamente volteó la cara y se cubrió los ojos, mientras tanteaba reiteradas veces el picaporte a ciegas hasta conseguir cerrar aquella puerta que le conducía al mismísimo infierno.

La vergüenza los envolvió, Germán y Marisa en su habitación y Doña Inés en el comedor dejaban transcurrir los minutos, como si éstos, fueran a borrar de sus mentes, esas escenas lujuriosas que no les permitían mirarse a los ojos. Finalmente la puerta de la habitación se abrió y ambos salieron de hombros encogidos. Marisa con el rubor que le cubría el rostro y Germán de notable nerviosismo, haciendo frente a una situación por demás de incómoda.

Sin saber muy bien que decir, Intentó eludir la realidad deshonrosa y disparó al aire un... — ¿mamá, nos preparas la merienda? —evitando cualquier tipo de contacto visual con su madre, que permanecía reflexiva, fijando su mirada en algún punto sobre el piso de granito pulido
.
Doña Inés sentada, dejó entrever sobre sus manos los escarpines de lana, blancos e inmaculados, giró su rostro hacia el muchacho para conectar sus ojos lagrimosos con los de él y le dijo con la voz apenada —las tazas están en la alacena, y en una lata sobre la heladera hay galletitas dulces, cuando terminen por favor, no se olviden de limpiar.

Crimen organizado

La mesa ubicada en el patio de Anselmo Martínez estaba fabricada de cemento, arena y piedra: una perfecta circunferencia decorada con recort...