viernes, 20 de septiembre de 2019

Llegar a la cima.


En qué punto un encuentro de Rugby deja de ser un simple partido, uno más del montón que no denota sobresaltos para convertirse en un verdadero clásico, en algo más empoderado, con un trasfondo más bélico. Quién define los ingredientes específicos que lo encaminan en ese cambio de etiqueta, que pasa de ser algo simple y de aristas redondeadas en algo más conflictivo y de un sentido cargado de connotaciones folclóricas. Quizás por derrotas claves que definieron campeonatos, de los que se pierden sobre la hora, donde queda el festejo incrustado en la garganta; o donde alguna mano de más o una mala intensión dejó cierto resquemor anclado. Lo que sí podemos saber, por más que nos pese, es que las estadísticas no se muestran favorables con nosotros. Es más, dudo que a ellos les calce el mismo título a nuestros cruces, pero no es algo que nos importe mucho.

De lo único que estoy seguro es que la vida está llena de sorpresas y como todo, da revancha. Ambos equipos que años pasados nos negaron el ascenso son parte del fixture de este Torneo Regional del Litoral. Con Logaritmo sufrimos de local pero finalmente nos alzamos con nuestra primera victoria. Mientras que con Pampas, aquel rival de toda la vida, tenemos pendiente la visita en la próxima y última fecha. Tras un año de andar espiando en la tabla sus resultados, volvemos a cruzarnos nuevamente por el ascenso a Nivel II, ese codiciado cambio de categoría, y como si eso fuera poco condimento, se asoma la posibilidad de que ellos pierdan su plaza y desciendan. —¿Hace falta que se expongan más objetivos en juego de los ya nombrados?— Solo queda suponer una batalla épica, o más que épica puede convertirse en una batalla campal, sabemos lo difícil que son estos encuentros de visitante, por eso éste es él partido a ganar, es el Boca-River, el SIC-CASI, Argentina-Inglaterra, Ford-Chevrolet, es el cielo contra mismísimo infierno.

El 28 de septiembre, durante ochenta minutos el mundo se pondrá en pausa. El padre que viaja en auto junto a su hija queda en una charla inconclusa cuando el tráfico se detiene; dos señoras que a esa hora toman el té se quedan inmóviles en un gesto de risa prolongada mientras la pava silva a gritos desde la cocina; los chicos que juegan al fútbol en la plaza del barrio quedan expectantes mientras la pelota se detiene en el aire tras un centro cruzado; pero en una cancha de rugby de la ciudad de Rufino, el tiempo transcurre inalterable para ser testigo de un sueño, que nació varios años atrás, primero con la obtención de un campeonato y luego con la aspiración de subir un escalón más.

Esta vez la sensación que advierto —y hablo solo por mí—, es la de llegar con mayor entereza a este último obstáculo. Lo intuí tras salir campeones por tercera vez consecutiva, en ese festejo tibio, sin tanto alarde, como no queriendo traicionar los ideales, para que el cuerpo no se sienta cómodo y vacío de objetivos. En ese estado donde las derrotas dignas son bienvenidas, a sabiendas que se transita un proceso de aprendizaje, pero donde acostumbrarse a ese sentimiento puede dejarnos en un lugar del cual no es fácil salir. Hoy nuestro juego y la calidad de jugadores nos da cierta tranquilidad, no es que antes carecíamos de esos atributos, sino porque faltaba cierta maduración. De todas formas, sabemos por experiencia propia, que nada se define antes de haberse jugado y menos ante semejante rival.

El que gane se hará con la eterna gloria, con la bendición de los dioses, con un lugar en el Olimpo. Para el que pierda, solo habrá refugio en el desconsuelo, intentando reparar esa brújula que los orienta, en la que pensaban hasta ese momento, era la dirección indicada.

El trabajo duro, la concentración, la responsabilidad y la proactividad son el camino que conduce a los buenos resultados, sumado a que cada jugador cumpla su parte, abocando sus energías a conocer al rival, a ajustar clavijas, a unificar conceptos para no desafinar en ninguna nota. Y llegado el día donde finalmente se destaque la preparación del mejor equipo; ese día, pondré los botines, las medias rojas y el pantalón blanco en el bolso, me miraré al espejo tratando de convencer a este tipo de cuarenta años repitiendo que aún se puede, procuraré transmitir el amor que siento por este deporte y por mi club, intentaré llevarme en mi mente, fotos en forma de recuerdos de cada instante previo a mi partido de Reserva, de esa sensación al compartir el vestuario, de las miradas pensativas, de los amigos que comparten esta pasión, de esas mariposas en el estómago cuando te entregan en la mano esa camiseta azul y roja que es mucho más que una simple camiseta, esa ronda con todos abrazados donde las palabras sobran y los sentimientos y emociones se entrelazan con la nostalgia, y una vez que haya saciado mi sed de revancha personal y me sienta vacío por la entrega, me sentaré a un costado de la cancha; ahora sí como espectador, como hincha, con la ilusión en un bolsillo y el sueño latente en el otro, de ver a este equipo joven de la Primera división anhelando escribir con letras mayúsculas la historia grande del Jockey Club, procurando contradecir las estadísticas y pateando el tablero como un mocoso maleducado para ganarnos el lugar que nos corresponde. Mientras nosotros desde afuera alentando e implorando a Dios —que nada tiene que ver con estos asuntos—, pero seguramente oirá un zumbido molesto en el murmullo de nuestros rezos y plegarias, implorando que las lágrimas que surquen nuestros rostros al final de ese partido, sean de alegría y no de desazón.-


3 comentarios:

  1. Grande Chingo. Por momentos me sentí vestido por entrar a la cancha. Ojalá se de el 28.

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  2. Muy lindo leerlo con su voz, su presencia. Gracias negrito, entrenador
    Abrazo grande a la disancia.
    atte: M.S.

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