sábado, 26 de octubre de 2019

Un cruzado con Fontanarrosa


A principios de año me sumergía en este mundo desconocido de la escritura, entreverado entre sinónimos y definiciones de palabras complejas, de reglas ortográficas olvidadas, y leyendo escritos que nunca hubiese imaginado leer. En fin, todo lo que hace a la curiosidad de un escritor novicio y autodidacta. Convengamos que nombrarme a mí mismo escritor me genera una sensación extraña, mezcla de vergüenza con caradurez. Pero por otro lado pienso que, si Vicky Xipolitakis ya publicó su propio libro, quizá la palabra escritor está menospreciada y me convenzo que llamarme de esa forma, tampoco es un título que este reservado solo para los grandes de la literatura. 

Cuando me preguntan a quienes acostumbro leer, cuáles son mis referentes, suelo nombrar a escritores de la actualidad como el gordo Casciari, José Playo, Eduardo Sacheri, y al entrañable Negro Fontanarrosa, con el cual coincidimos en una anécdota, no tanto ligado a lo literario, sino más bien por una coincidencia del lugar donde acontecieron los hechos. Cabe destacar que mi parte es mucho más divertida y afortunada que la que le toca a él en esta historia. 

El día de su muerte, yo salía de la sala de cirugía en el hospital Británico de Rosario por una operación del ligamento cruzado anterior. Recuerdo escuchar bocinazos de a miles, como los aullidos de un perro cuando muere su dueño, cosas tristes que pasan cuando se marcha gente famosa. Yo, entre lo atontado de la anestesia y el dolor insoportable de mi rodilla recién vapuleada, no tomé conciencia de lo que acontecía en las afueras. Y acá quiero abrir un paréntesis con respecto al dolor de mi rodilla.

La primera vez que me diagnostican rotura del ligamento cruzado fue en el Sanatorio Castelli, justo un año antes. Tras realizar todos los trámites pertinentes, conseguir los tornillos y las muletas, hacerme los estudios prequirúrgicos, llegó el día tan ansiado. Nahh mentira, quién puede ansiar que le claven una jeringa de veinte centímetros por la espalda para dormirte medio cuerpo, solo algún masoquista pero no sería mi caso.
La anestesia empieza a hacer efecto, de a poco un hormigueo me recorre desde la cintura a los pies y en cada segundo transcurrido comienzan a adormecerse los músculos de mis piernas, incluido el músculo más importante que tiene un hombre —bueno, músculo parece una palabra exagerada, lo mío es más modesto—. 

Una vez inmóvil, un conjunto de médicos con distintos colores de túnica, se reúnen a mi alrededor como si fuera la mesa de fiambres de un casamiento o estuviesen a punto de comer una Vagna Cauda. Encienden un monitor ubicado a la vista de todos y realizan una pequeña incisión por donde ingresa una cámara artroscópica que muestra el interior de mi rodilla. Lo raro de este suceso —según los médicos presentes—, es que el ligamento no estaba dañado. Tras varios tirones bruscos por querer desprenderlo, siento como me desplazan de la mesa de un lado para otro donde me encuentro recostado boca arriba. Revisan insistentemente con la cámara, vuelven a tironear y me muestran que el ligamento no está roto como indicaban los estudios, que solo el menisco es el afectado y tras darle un retoque, me suturan con un punto en cada lado de la rodilla dando por terminada la intervención. Me llevan a la habitación de maternidad —porque no había otra disponible—, me traspasan a la cama y quedo solo y desconcertado, me siento incompleto, como una madre primeriza que no le han entregado el bebé —hablando en términos maternos—. 

La anestesia tiene para un par de horas más, dado que presuponían otro tipo de cirugía. Yo acostado con la mitad del cuerpo inmóvil, sin almohada y con los pies levantados para que circule mejor la sangre y se disipen los síntomas de adormecimiento con más prisa. A todo esto, estoy empapado de transpiración en la peor posición posible. Cada tanto mi cuerpo se desplaza en dirección a la cabecera por la inclinación de la cama  y mi cabeza choca contra el respaldar, logrando un efecto de acordeón. No siento mi miembro reproductor y eso me preocupa un poco, nunca habíamos estado en una situación así antes, siempre fuimos como uno solo, predispuestos para cualquier batalla y ahora él me había abandonado, me ignoraba por completo. Mientras que los amigos y familiares me vienen a visitar a la habitación, pero les digo que fue una falsa alarma, que todavía no estoy en fecha y lo confirman cuando ven que aún tengo panza. 


El tiempo transcurre y una enfermera me pregunta reiteradas veces si ya orine, a lo que respondo con un no. 
—Mira que si no haces pis te tenemos que meter una sonda! Toma, te dejo el papagayo —, y acá se clava una preocupación en mi espina dorsal de solo pensar que una manguera de goma ingrese por la punta del pene —iba escribir poronga pero sonaba algo vulgar—. En consecuencia, empecé a hacer fuerza para acelerar el proceso. Bueno, esa era la idea pero como no sentía nada, era una fuerza abdominal que no sabía bien a qué circuito distribuía la presión, era una situación compleja, como si fuese un gallo queriendo poner un huevo. Tal es así que luego de una hora me dieron ganas, pero del dos (entiéndase que el uno es pis y el dos es caca), yo todavía con el cuerpo semidormido, siento que me ofrecen la chata para hacer mis necesidades y eso era mucho peor que usar un papagayo, de alguna manera tenía que lograr salvar mi dignidad.

—No por favor, tengo que llegar al baño como sea— les digo con cara de sufrimiento.

Así que ayudándome con las muletas y alguien sosteniéndome por la espalda, pude sentarme en el inodoro y lograr mi objetivo, cagar como se debe. Lo raro fue cuando termine y tuve que limpiarme, porque el esfínter estaba aún bajo los síntomas de la anestesia y sentía que le estaba limpiando el culo a alguien más, como que ese culo no era mío, una sensación difícil de explicar y hasta un poco incómoda, solo restaba que un voz en el baño me diga —oiga, más respeto que eso no es suyo—. Finalmente después de un par de horas, cuando por fin recobre la sensibilidad de todos mis miembros inferiores, pude salir caminando del mismo modo que entré.-

Después de un par de meses de rehabilitación y volver a las canchas, en un cambio de dirección siento que esta vez realmente se corta el ligamento —con ruido incluido—, y acá cierro paréntesis para volver a Rosario. 


La razón de mi dolor de rodilla se debía a que, como en la cirugía anterior había pasado una odisea, con la transpiración, no sentir mi miembro, limpiar un culo ajeno y demás. Le pedí al anestesista que me duerma, pero que no me anestesie de la cintura para abajo. 


—¿Pero vos estas seguro pibe?—


—¿Mira que cuando te despiertes te va a doler?— me aseguró preocupado


—Quiero sentir mis piernas cuando me despierte, no me importa— le dije seguro de mí mismo.


—Vos sos loco, todos quieren salir de acá y no sentir dolor, pero vos sos el único que quiere que le duela— retruco sin comprender mi elección.


Para que se hagan una idea, en esta intervención me efectuarían dos agujeros en los huesos para colocar tornillos que sujetan el remplazo del ligamento roto. En el momento preciso que abro los ojos, un frío glaciar y un temblequeo involuntario me dan la bienvenida, seguido de un dolor intenso que me hace dudar si mi decisión fue la más acertada. De solo pensar que ese dolor constante va a extenderse por tiempo indeterminado, me deja en un cuadro de locura temporal
.

En la habitación mis viejos y mi tío sentados a charla tendida, risas de por medio y yo intentando relajarme para no pensar en el dolor que me trae pensamientos de asesino serial. Les pido que hagan silencio para concentrarme y lograr la calma, pero siguen hablando, ahora en vos baja. Un murmullo y el sonido irritante de las "eses", suenan como las garras de Fredy Krueguer raspando contra un pizarrón. Entonces les reitero mi pedido con un tono más desvariado y deciden irse de la habitación, me saludan compadeciendo mi locura y no dan señales de vida hasta la mañana siguiente. Me quedo con mi novia, los dos solos, sin hablarnos, con la tele apagada hasta que ella le pide a la enfermera que me inyecte algo porque estaba un poco nervioso. Tras unos minutos, me vierten el contenido  de una jeringa en el conducto del suero. Y cuando creo que nada me hace efecto, en un abrir y cerrar de ojos pierdo noción del tiempo y quedo sedado como un caballo por varias horas. 

Hubiese querido contarles que ese día, estando inmerso en ese sueño profundo, el Negro se me apareció como una revelación y me dijo algunas palabras que cambiarían el curso de mi vida y con esto darle un buen cierre al cuento. Pero lo cierto es, que ese día ni soñé. Aunque pensándolo bien, en esa época no era capaz de leer ni el horóscopo, para que se iba a aparecer pobre negro, era gastar saliva al pedo, p
ues, como dijo Don Inodoro: no es que sea vago, quizá, algo tímido para el esjuerzo.

viernes, 18 de octubre de 2019

Malas juntas


En la cúspide de los video juegos, de aquellos con estructuras de madera, de botones y palanca que se alimentaban con fichas estriadas, uno muy popular fue Street Fighter. Además de ser un adictivo video de lucha callejera de fines de los 80, fue más tarde, inspiración de una película que dejó mucho que desear. Cosecho malas críticas y tuvo como figuras de elenco a Raúl Juliá y Jean Claude Van Dame, principal culpable que pase mi infancia tirando piñas y patadas por la vida —como todos a esa edad—.

En una de las escenas del film, es capturado un soldado, uno de los buenos. Al borrarle su memoria y luego de inyectarle un líquido extraño —cosas de la ciencia ficción— capaz 
un cóctel de drogas para darle fuerza sobrehumana, por decir algo, se transforma en un animal de color verde, pelo rojizo y pajoso, apodado con el nombre de Blanka. Más allá de lo llamativo de su tono de piel —una especie de increíble Hulk de bajo presupuesto—, para convertir esa criatura en un ser maligno, es sometido durante un tiempo prolongado a la exposición de tormentosas imágenes desbordadas de crueldad, sangre, guerras, bombas atómicas y todo contenido relacionado con la violencia del hombre contra sí mismo.

Este parece ser el punto de intersección donde la ficción se convierte en realidad. Y así como alguna vez salieron las zapatillas que se auto ajustan, las Nike que usaba Marty Macfly en Volver al Futuro II. O autos de Google que se manejan solos, como el taxi de El vengador del Futuro con Arnold Schwarzenegger. Ahora es el tiempo donde, desde las pantallas planas, suelen acentuarse las malas noticias que ocupan una silla en nuestras mesas, en nuestros almuerzos y cenas familiares, en nuestras tardes ociosas, o incluso, en la recepción de algún comercio o sala de espera. Nos sobrexponernos a noticias que comprimen el pecho, que desdibujan las sonrisas, reflejando que las acciones violetas, los maltratos y la intolerancia, están flagelando a una sociedad atrapada y sin salida.

Estos síntomas no solo se proyectan en informativos, también trascienden a programas de chismes, redes sociales, en diarios digitales y papel —por nombrar algunos—. Campañas políticas se nutren de todo tipo de situaciones adversas para sumar adeptos a su partido, tanto de un lado o del otro de supuestas grietas. Basta con ver un noticiero por un par de horas, para darse cuenta que las buenas noticias son drenadas a cuentagotas. Nos levantamos temprano y un asesinato o una violación nos acompañan durante la mañana, tarde y noche. Como un reality y con muy pocos datos de un caso lleno de especulaciones, se rellenan gran cantidad de horas en todos los medios, pretendiendo atravesar la sensibilidad del espectador y captar su atención desde los hilos de la indignación. 

Aclaro que no implica encerrarse en una burbuja aislante de todo problema exterior, no solo sería egoísta e insensible, sino además nos mantendría desinformados de los hechos que nos acontecen. Las fatalidades lamentablemente suceden y debemos continuar ideando un plan para mejorar nuestro entorno, aportando desde el lugar que nos toque estar. No quedarnos anclados, discurriendo que las desgracias nos esperan agazapadas a la vuelta de la esquina. Porque lamentablemente siempre existió la maldad, como dijo Facundo Cabral "Si los malos supieran que buen negocio es ser bueno, serían buenos aunque sea por negocio". 

La vida real no es el reflejo oscuro que intentan exponer nuestros informantes. Como en todo ámbito, algunos tiran de la cuerda hacia adelante, otros necesitan ser guiados y siempre están los que tiran en sentido contrario, por tal motivo es indispensable que los del medio, esos que necesitan señales para seguir empujando, no suelten la cuerda por creer que la causa está perdida. No es necesario ser la encarnación de la madre Teresa de Calcuta o Ghandi, meramente siendo optimistas y aspirando a cuidar su rancho, procurando que ese efecto sea expansivo y contagioso. Y si no nos sale ser optimistas, porque ese día el viento sopla de norte, o no nace ser afables, al menos no ensuciar el camino.

Siempre se creyó que las malas compañías pueden torcer el accionar de las buenas personas, sin percatar que nuestra compañía más habitual es un caja cuadrada, que da noticias sombrías y se jacta de ser dueña de la verdad. 

Ahora que sabemos cómo viene la mano, prestemos atención con quién nos juntamos, de lo contrario solo es cuestión de tiempo, para que la piel se nos tinte verde y el pelo se ponga pajoso y rojizo, y soltemos la cuerda por creer que nada vale la pena, que la sociedad fijó su sentencia, matando a ese niño interior que una vez creyó que la paz era posible, y lo convencieron que dañar a los demás, es la verdadera naturaleza del hombre.

Crimen organizado

La mesa ubicada en el patio de Anselmo Martínez estaba fabricada de cemento, arena y piedra: una perfecta circunferencia decorada con recort...