viernes, 9 de agosto de 2019

La carta soñada.


Esta carta te la escribo desde un sitio intangible, donde las incongruencias no conocen de límites, donde proyectamos los anhelos y se mezclan con fotografías guardadas en cajones ocultos, allá arriba, sobre el estante donde no llegan los niños. Te escribo más precisamente desde mis sueños. Sí, sé que suena loco pero salió de ese lugar, donde es posible deambular en el basurero de los recuerdos, desde ese laberinto mental que se activa cuando escapamos de la realidad que nos ofrece el mundo exterior y donde rescatamos involuntariamente los residuos de situaciones vividas o añoradas.

Te cuento lo que me acaba de pasar hace un momento nada más, por acá cerca.

Estaba en Arias, mi pueblo natal. Vamos en una moto por un camino de tierra, yo sentado en la parte trasera del asiento, mientras el que maneja no sos vos, sino Mario Pegolini. Sí, el mismo que hacia CQC hace tiempo. No me preguntes que hacia él manejando, pero era parte de todo este ensamble de incoherencias que te paso a comentar. Tenía la misma cara que en una noticia que leí en Internet hace pocos días, así que deduzco, que quedó anclado en algún recoveco de mi conciencia. En el sueño voy hablando con Mario Pergolini y tengo una epifanía, me imagino que vamos a salir campeones del mundo con la selección de fútbol. En realidad no me lo imagino, no es un anhelo, lo viví como si fuese una visión, era algo que certeramente estaba por ocurrir y mi emoción era tal por aquella predicción, que lo sentía en todo el cuerpo —en el del sueño y en el que yacía dormido—. Era como tocar el cielo con las manos, esa sensación de ver un futuro tan prometedor para mí y para millones de Argentinos que tanto anhelamos esa copa. En esa visión también aparecía un Maradona joven pero no como jugador, sino más bien como icono de nuestro fútbol, eran imágenes que pasaban de él como un fotolibro, los jugadores Argentinos aparecían festejando, el cielo cubierto de papeles celestes y blancos, bengalas y una locura desequilibrante en un estadio de algún lugar. 

Mientras tanto yo iba en esa moto a festejar vaya a saber qué, porque aquella visión eran imágenes de algo que supuestamente iba a pasar en el futuro. Pero si en estado sobrio se me ocurren boludeces todo el día, imagínate lo que puedo ser cuando no controlo la sensatez de mis ocurrencias.  No soy dueño de manipular la imaginación en ese territorio desconocido.

Te sigo contando. Venimos por una calle de tierra y estamos llegando al cruce de vías, el que se encuentra pegado al predio del club Belgrano, y acá el sueño toma un giro brusco. Este es el momento en que te cruzo a vos, que venias por la mano contraria, también en el asiento trasero de otra moto que la conducía una mujer de pelo castaño. En este punto se presenta una incógnita porque no sé quién es esa mujer, capaz porque después de tanto escribir ya se esfuman las partes menos importantes de lo que soñamos, o tal vez es un personaje de relleno que aparece para que la moto no se maneje sola, como los extras de las películas que toman un café mientras transcurre la escena del bar. Lo que sí sé, es que no es tu esposa, además lleva lentes de sol al igual que vos y se me hace muy difícil identificarla. Habrá sido alguna mujer que mire de reojo para que la negra no se de cuenta, utilizando lo que en el rugby llamamos vista periférica, y por tal acción quedó en mis recuerdos sin tanto detalle específico. Pero en efecto, como ella iba con vos tampoco me quiero hacer cargo con quién te juntas, y menos en sueños delirantes.

Tenías puesto la misma ropa que cuando me invitaste a tu cumpleaños en el campo, seguramente me quedó grabado de las fotos que estuve viendo hace poco. Cuando te vi le dije a Mario Pergolini, —pará la moto que tengo que saludar a un amigo— me baje, vos también, y nos fundimos en un abrazo que me terminó emocionando. Es más, creo que esa emoción que parecía tan real fue la que más tarde me terminó despertando junto con los gritos de mi hija. Te dije feliz cumpleaños Pirin!! Pero acá el sueño tiene una falla porque vos no cumpliste años, sino tu hermano y como no te vi la noche en que lo festejó, me deben haber quedado esas ganas de saludarte. Te abrace como se abraza a los amigos de toda la vida, esos que no ves por mucho tiempo y en ese choque, un río de vivencias justificó ese abrazo eterno.

Ahora son las cinco de la tarde y vuelvo al mundo de los desvelados, me despierto azorado por esa transición entre ambos planos. Acabo de tener un sueño tan sentido y tan auténtico, que en dos oportunidades pude percibir la felicidad y la nostalgia de una forma tan palpable que me llamó notablemente la atención. Por miedo a olvidarme de ese sueño, tomé el celular, abrí el borrador y me puse a redactarlo rápidamente para abarcar la mayor cantidad de detalles posibles, a sabiendas que su paso es fugaz por la mente y más en la mía que no se molesta en retener este tipo de utopías.

Me desperté con mil preguntas en la garganta. Ganas de saber de tus cosas, de saber cómo estabas, de tu salud, tu familia, pero no hice nada, estaba demasiado ocupado recolectando fragmentos para escribirlos, que al final me dormí en los laureles y no te llamé.

Ahora que el sueño, en su mayoría, quedó acá plasmado en esta carta virtual, me pregunto si te habrá llegado aquel abrazo, o tal vez una brisa pasajera te recordó alguna travesura de nuestra infancia.

Para no hacerla tan larga, y no caer en adulaciones y sentimentalismo, no voy a dejar mensaje final ni moraleja, no me molesté en relacionar un campeonato de fútbol con aquel abrazo, y mucho menos con Mario Pergolini. Al fin de cuentas, quién soy yo para darle racionalidad a las locuras del subconsciente. Es una simple carta de los divagues que se me cruzan cuando no trato de ser normal. Desde el lugar donde las historias no tienen un cause ni coherencia, donde alguna vez solía volar, donde me corren y siento pesadas las piernas, donde ensayamos otra vida con sentimientos que se siente reales, donde suelo pelear con alguien mientras mis puñetazos no lo dañan, donde reproduzco copias de historias que fueron y no volverán, y donde regreso a charlas con gente que ya no está. Ahí, donde solemos invocar personajes de ficción o de carne y hueso, y donde la mente suele avisarnos en modo de sueños, que se extraña a los amigos que andan en motos con chicas desconocidas. Y te despertas feliz por ese abrazo real, aunque manipulado por la imaginación, mientras que en el mundo verdadero la voz de una niña te llama y te despierta gritando, para tomar unos mates.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Crimen organizado

La mesa ubicada en el patio de Anselmo Martínez estaba fabricada de cemento, arena y piedra: una perfecta circunferencia decorada con recort...