Esta
carta te la escribo desde un sitio intangible, donde las incongruencias desconocen
límites, donde proyectamos los anhelos y se mezclan con fotografías guardadas
en cajones ocultos allá arriba, sobre el estante donde no llegan los niños. Te
escribo más precisamente desde mis sueños. Sí, sé que suena delirante, pero salió
de ese lugar donde es posible deambular en el basurero de los recuerdos, ese
laberinto mental que se activa cuando escapamos de la realidad que nos ofrece
el mundo exterior, y donde rescatamos involuntariamente los residuos de
situaciones vividas o añoradas.
Te cuento lo que acaba de suceder en mi mente hace un momento nada más:
Esto transcurría en Arias. Voy por un camino de tierra sentado en la parte trasera de una moto. El que maneja no sos vos, sino Mario Pergolini. Sí, el mismo que hacía CQC. No me preguntes por qué manejaba él, pero era parte de todo este ensamble de incoherencias que te voy a comentar. Mario lucía la misma cara en una noticia de Internet que vi hace pocos días, así que deduzco que quedó anclada en algún recoveco de mi subconsciencia. En el sueño voy hablando con Mario Pergolini y tengo una epifanía, me imagino que vamos a salir campeones del mundo con la selección argentina de fútbol. En realidad, no me lo imagino, no es un anhelo, lo viví como si fuese más que una visión, era algo que certeramente estaba por ocurrir y mi alegría era tal, que la sentía en todo el cuerpo —en el del sueño y en el que yacía dormido—. Era como tocar el cielo con las manos, esa sensación de ver un futuro tan prometedor para mí y para millones de argentinos que tanto anhelamos esa copa. En esa visión también aparecía un Maradona joven pero no como jugador, sino como icono de nuestro fútbol, eran imágenes que pasaban de él como un fotolibro. Los jugadores argentinos festejaban; el cielo se cubría de papeles blancos y celestes; había bengalas y una locura desequilibrante en un estadio de algún lugar.
Mientras tanto, yo iba en esa moto a festejar vaya a saber qué, porque aquella visión eran imágenes de algo que supuestamente iba a pasar en el futuro. Pero si en estado sobrio se me ocurren boludeces todo el día, imaginate lo que puedo ser cuando no controlo la sensatez de mis ocurrencias. No soy dueño de manipular la imaginación en ese territorio desconocido.
Te sigo contando: Venimos por una calle de tierra y llegamos al cruce de vías que se encuentra pegado al predio de doma del club Belgrano, y acá el sueño toma un giro brusco. Este es el momento en que te cruzo a vos viniendo por la mano contraria, también sentado en la parte trasera de otra moto conducida por una mujer de pelo castaño. En este punto se presenta una incógnita: no sé quién es esa mujer. Capaz porque después de tanto escribir ya se esfuman las partes menos importantes de lo que soñamos, o tal vez es un personaje de relleno que aparece para que la moto no se maneje sola, como los extras de las películas que toman un café mientras transcurre la escena del bar. Lo que sí sé, es que no es tu esposa. Además, al igual que vos, lleva lentes de sol y se me hace muy difícil identificarla. Habrá sido alguna mujer que mire de reojo y para que la Negra no se dé cuenta utilicé lo que en el rugby llamamos vista periférica, dejándola archivada en mis recuerdos sin tanto detalle. Pero como ella iba con vos, tampoco me corresponde hacerme cargo de con quién te juntás y mucho menos en sueños delirantes.
Tenías puesto la misma pilcha que cuando me invitaste a tu cumpleaños en el campo, seguramente me quedó grabado por las fotos que estuve viendo hace poco. Cuando te vi le dije a Mario Pergolini "pará la moto que voy a saludar a un amigo", me bajé, vos también, y nos fundimos en un abrazo que me emocionó. Es más, creo que esa emoción tan real fue la que más tarde me terminó despertando junto con los gritos de mi hija. Te dije ¡¡¡feliz cumpleaños Pirin!!!, pero acá el sueño tiene una falla, porque vos no cumpliste años, sino tu hermano. Y, como no te vi la noche en que él los festejó, me deben haber quedado esas ganas de saludarte. Entonces te abracé como se abraza a los amigos de toda la vida, esos que no ves por mucho tiempo y en ese choque, un río de vivencias justificó cada segundo de ese abrazo interminable.
Ahora son las cinco de la tarde y vuelvo al mundo de los desvelados, me
despierto aturdido por esa transición entre ambos planos paralelos. Acabo de
tener un sueño tan sentido y auténtico, que en dos oportunidades pude
percibir la felicidad y la nostalgia de una forma tan palpable que me
llamó la atención. Por miedo a olvidarme de ese sueño, tomé el celular, abrí el
borrador y de inmediato me puse a redactarlo para abarcar la mayor cantidad de
detalles posibles, sabiendo que su paso es fugaz por la mente, y aún más en la
mía que no se molesta en retener este tipo de utopías.
Me desperté con mil preguntas en la garganta. Con ganas de saber de tus cosas, de saber cómo estabas, de tu salud, tu familia, pero no hice nada. Estaba demasiado ocupado recolectando fragmentos para escribirlos que al final me dormí en los laureles y no te llamé.
Ahora que el sueño —en su mayoría— quedó plasmado en esta carta virtual, me pregunto si te habrá llegado aquel abrazo, o tal vez una brisa pasajera te recordó alguna travesura de nuestra infancia.
Para no hacerla tan larga y no caer en adulaciones y sentimentalismo, no voy a dejar mensaje final ni moraleja, no me molesté en relacionar un campeonato de fútbol con nuestro abrazo, con Maradona y mucho menos con Mario Pergolini. Al fin de cuentas, quién soy yo para darle racionalidad a las locuras del subconsciente. Es una simple carta de los divagues que se me cruzan cuando no trato de ser normal. Desde el lugar donde las historias no tienen un cause ni coherencia, donde alguna vez solía volar, donde me corren y siento pesadas las piernas, donde ensayamos otra vida con sentimientos que se sienten reales, donde suelo pelear con alguien mientras mis puñetazos no lo dañan, donde reproduzco copias de historias que fueron y no volverán, y donde regreso a charlas con gente que ya no está. Ahí, donde solemos invocar personajes de ficción o de carne y hueso, y donde la mente suele avisarnos en modo de sueños, que se extraña a los amigos que andan en motos con chicas desconocidas. Y te despertás feliz por ese abrazo real, aunque manipulado por la imaginación, mientras que en el mundo verdadero la voz de una niña te llama gritando para tomar unos mates.