A veces la ruta puede ser monótona, y los viajes interminables. Pero a
pesar de haber recorrido ochocientos kilómetros en ómnibus, no me urge la
necesidad de llegar a mi parada. Lo cierto, es que me cuesta horrores afrontar
los motivos de este viaje que tiene como destino la fatalidad. Esas cosas de
las que se ocupan los grandes, si es que despedir a los amigos de la infancia,
se considere una de ellas.
Escuchá
como ronca aquel de atrás. Qué suerte, y yo sin pegar un ojo, menos si el gordo
éste de adelante me reclina todo el asiento sobre las piernas. La desventaja de
ser alto.
Afuera,
la oscuridad se traga todo a su paso. Ni el resplandor de la luna atraviesa
tanta negrura. Justo hoy que ando con la tristeza atravesada en la garganta.
Debería dejar de escuchar everybody hurts tantas veces, aunque ahora me
parece inevitable. Al final soy yo el que me sumerjo en este estado. ¿Por qué hacemos
esto? ¿Por qué nos ponemos a escuchar música triste cuando estamos tristes?
Será por la misma razón que escuchamos música alegre cuando estamos alegres...
con este poder de conclusión capaz descubra la cura de alguna enfermedad.
Encima
mañana pronostican lluvia. Va a ser un día de mierda para estar en un velorio.
Ya me imagino el repiqueteo de las gotas pegando sobre algún ventanal. La viuda
y los hijos llorando. Las velas derritiéndose hasta tomar
formas irreconocibles, el murmullo del silencio, y las flores destilando perfumes
de cementerio.
Cada tanto las charlas te transportan a otros lugares, con otra gente y aunque
suene insensible, te olvidas un poco de que hay un cajón y un cuerpo sin vida.
Hasta que alguien pasa con un ramo, o con una corona de flores y volvés a la
realidad.
Ahora
que recuerdo, en casa teníamos calas que florecían cada primavera. Si habremos
bromeado con la muerte, pero quedaban tan lindas en el patio; resaltaban en el
césped recién cortado. Aunque si relaciono objetos con la muerte, las flores de
plástico se llevan las de ganar. Hay que tener mal gusto para decorar con esas
flores tu propia casa. Ese jarrón de la tía Inés lleno de margaritas con
pétalos de tela blancos y los tallos de plástico. A veces me daba escalofríos
verlas ahí, lucían igual que una lápida.
No
entiendo a la gente que dice: No voy porque a mí no me gusta los
velorios, ¿y a quién le gusta? a quién le agrada ver la gente morirse. Más
cuando es alguien cercano a uno. Son piezas de nuestra vida ligadas por siempre
a esa persona, cada vez que la memoria los traiga de regreso porque vimos una
foto juntos, o es la fecha de su cumpleaños. ¿A quién le puede gustar recordar
lo frágil que somos? Traer incluso a ese velorio nuestros propios muertos, o a personas
que queremos y sabemos que eventualmente morirán.
Odio
estos lugares. Ni pensar cuando mueren los hijos. Cuando se rompe el orden
natural de la vida. ¿Qué podes hacer ahí?, nada, no hay consuelo para esas
cosas. No hay palabras que suavicen tanto dolor. Sentís que sólo vas a molestar
y querés que el tiempo pase rápido.
Aunque
debo reconocer que cuando alguien se muere de viejo, los velorios son más
llevaderos. Ahí es diferente, estamos más relajados. Sabemos que pasó porque
estaba dentro de las posibilidades. Ni hablar si hay un familiar que sabe
contar anécdotas, que tiene picardía. En esos lugares hasta sus chistes son más
graciosos.
En
este viaje no te sirven la comida, tengo una orquesta en las tripas. No digo
que se sirvan delicias, pero nos podrían dar un sándwich. Lo que me gusta de
las cocinas en los velorios, es que son una isla aparte, un Ibiza de la muerte.
Ahí se come, se toma, se ríe, se habla de la vida, de cómo crecen los hijos,
por donde andan, del trabajo. Es donde se ponen al día los parientes que no se
ven hace mucho. Un lugar donde el muerto pierde protagonismo.
¿Qué
dice ese cartel? “Rosario ciento veinte kilómetros". Al menos no estoy tan
lejos. Faaah... ese viejo salió del baño y dejó una baranda terrible. ¿No sabe
la gente que no se puede cagar en los colectivos? Además ¿cómo es capaz de
sentarse en ese inodoro todo meado, pegoteado? que desagradable por Dios.
Lo
positivo de esta desgracia es que nos volvemos a reencontrar con los muchachos.
Toda la barra junta de nuevo menos Jorge, por supuesto, que es el … El primero
que nos deja. Ya lo estoy extrañando. Y no por haber sido un buen tipo, de hecho
no lo era, pero lo queríamos igual. Esas relaciones que se tejen de pibes y
duran por siempre. Cagador y sinvergüenza a más no poder, pero cuando te
alcanza la muerte limpiás el prontuario, volvés a ser bueno. Era tan
bueno..., rara vez se encuentra un muerto malo. Salvo que haya sido flor de
hijo de puta, como el loco Viruta que mató a su mujer y la tenía en el frezeer
descuartizada. A ese lo terminaron matando en la cárcel de Caceros y así mismo
decían, pobre Viruta... Que pobre ni ocho cuartos, era una
porquería de persona y murió sufriendo como un perro, como debía ser. La gente
a veces es demasiado sensible y olvida rápido. Esa es la ventaja de ser
rencoroso.
Y
después del velorio, sigue el asado. Que ganas de hacer promesas pelotudas
cuando somos jóvenes. Imagináte cuando quede vivo el último de los ocho y tenga
que prender fuego y rodearse de sillas vacías. Me imagino toda esa soledad
amontonada y lo desolador que va a ser. Aunque pensándolo bien, no me
molestaría tanto ser el último en prender el fuego, hay que verle el lado
positivo.
¡No
señor, por qué la necesidad de tomar ese café!, anda a saber de cuándo es ese
veneno. Haaa, pero si es el mismo que fue al baño. Ahora entiendo porque dejó
ese olor, no filtra lo que come este tipo, le mete cualquier cosa al estómago.
Voy a cerrar los ojos a ver si descanso un poco, la noche va a ser larga.
Siempre
me pasa lo mismo, cuando me estoy por dormir, llegamos a destino. Se pasó
volando este último tramo. Allá están los muchachos. Mirá Luisito lo gordo que se
puso... y allá David, pelado, pura frente. Yo al menos pinto unas canas, pero a
estos dos le paso el trapo. Menos mal vinieron a buscarme a la terminal, no me gusta
llegar solo al velorio. Prefiero llamar a alguien para no recibir la atención
de los parientes cuando abrís la puerta que siempre hace ruido. O capaz es el
ruido normal de todas las puertas, pero ante tanta mudez te envuelve una oleada
de tristeza y ese puñado de miradas se te clavan como lanzas. En esos casos la
compañía suele ser un punto importante para restar incomodidad a la
situación.
Eh,
tan apurado van a estar para bajarse. Mirá cómo se empujan, es desubicada la
gente. Cinco minutos más, cinco menos, que le hacen. Se nota que la mayoría le
urge la prisa porque no tienen la obligación de ir a un velorio. Qué bronca me
dan estas cosas. Mejor voy a esperar acá sentado hasta que se libere el pasillo,
después sacaré la mochila del portaequipaje, total no me corre nadie. Si hay
algo que tengo bien claro, es que la muerte siempre nos espera.