martes, 21 de mayo de 2019

Laberinto de sonidos


La música, aquella tripulante infaltable en cada vehículo, en cada viaje, un gran invento para no quedarse dormido mientras manejas, es considerada el cuarto arte. Y si bien no podría disertar sobre como leer o componer música, teniendo en cuenta que no se tocar ni una pandereta, puedo opinar de la incidencia que ésta tiene en nuestro andar cotidiano.

Parece ilógico, pero cuando uno se siente desalentado debería refugiarse en melodías que realicen un efecto opuesto en el estado de ánimo, por el contrario, suelen recaer en canciones que ahondan más esa pesadumbre. Es claro que estos comportamientos masoquistas ponen en tela de juicio aquello de que el hombre es un ser inteligente. Esa necesidad de escuchar esa canción de desencuentro donde ella se fue, donde ella partió con otro, donde la habitación quedó vacía, justamente cuando la novia lo acaba de dejar hace diez minutos. Y ahí esta el desdichado, (por darle un nombre), escuchando expectante a que la letras hablen de su desamor, y verse reflejado, sentir el cosquilleo del cuchillo clavándose lentamente, inundarse de recuerdos que le provocaran una dulce angustia.

Quien sabe porque esa necesidad de autoflagelo, quizá porque en ello encuentra alguien que lo comprende, que narra lo que él vivió, pero en realidad una letra que diga y hoy te vas..., puede amoldarse a un sin fin de circunstancias; el hijo que se va a vivir con la nuera, la muerte del pescado que tenía en la pecera, el amigo que viaja al exterior, o hasta un inversor expectante con el precio del dólar; y absolutamente todos, pensaran que ese tema fue hecho para ellos y para ese momento específico. Es claro que para esas ocasiones, la melancolía y las canciones optimistas parecen no corresponderse.

Por supuesto no siempre es así, está comprobado que la música al igual que la comida, el sexo y las drogas liberan dopaminas, que es un mensajero químico del sistema nervioso central, que entre tantas funcionalidades regulan nuestro estado de humor. Incluso existen terapias a base de música y también es utilizado como tratamiento para la cura del Alzheimer, puesto que permite estimular la memoria. Al igual que el señalador en un libro, puede desplazarnos a lugares específicos de nuestras vidas, cada canción puede ubicarnos en un determinado capítulo, quedando ligados a lugares, personas, momentos y sensaciones.

Tal es así que en el año 97 estaba de moda el tema 'Volver a Empezar' del cantautor Alejandro Lerner, ese mismo año me promocionaba en la secundaria y por el mensaje que transmitía parecía apropiada para la ocasión. Durante ese mes habré asistido a un sinnúmero de promociones y créanme, en todas estaba Lerner ya casi afónico de tanto entonar las mismas notas una y otra vez, los cd quemados por la lectura del láser siempre sobre la misma pista, hasta los políticos lo usaban como propaganda para sus campañas. Esta es una de las tantas formas, en que se acentúa la música mediante un método de repetición, diría que algunas veces abusivo, y de cierta manera se genera un vínculo entre suceso y melodía.

En referencia a otros señaladores personales podría citar algunos y muy variados, si de género hablamos. Al escuchar viejos temas de Metallica me recuerda a Huguito, un amigo que ahora vive en Bs As., que cuando visitaba su casa solíamos escuchar ese cd de tapas negras, un verdadero clásico. Abarajame la bañera de Illia Kuriaky & The Valderramas, fue el tema de las vacaciones en Alpha Corral con mis amigos de Arias en 1995, lo raro es que nosotros no lo escuchábamos sino los de la carpa del al lado. New York New York, un tema de Frank Sinatra, me recuerda a El mundo de Ante Garmaz, un programa de moda y diseño que transmitían por ATC, que no recuerdo porque carajo lo mirábamos (seguramente en los otros dos canales había cosas peores) y era devoción de mis aburrimientos, aunque nunca van a poder destronar a La Botica del Tango que considero el programa más aburrido y antro que vi en mi vida. Un tema importado de España era El Tractor Amarillo, me retrotrae a un compañero de la secundaria que lo gastábamos por lo tosco, y además salta a la vista lo generosos que hemos sido con dejar entrar cualquier cosa al país. Pues uno no elige las canciones con las que queremos asociar algo o alguien, son ellas que se encargan de materializar esos lazos en alguna librería de nuestra memoria.

En la actualidad, algo tan sencillo como escuchar temas por Spotify, descargarlos de algún sitio web o verlos desde youtube, podía ser una verdadera odisea 30 años atrás. Con un pequeño grabador de una casetera, un TDK de 60 minutos y un pedazo de cinta tapando uno de los orificios para efectuar la escritura, aguardabas paciente como un cazador a su presa, sintonizabas la FM esperando que difundan aquella canción, y poder capturarla antes que comiencen a sonar las primeras notas. En la habitación, que solía ser un lugar silencioso para evitar que salgan las voces del ambiente y en un estado total de concentración, mantenías los ojos cerrados, conteniendo la respiración, en cuestión de milésima de segundos presionabas la tecla REC, y como un director de orquesta con su batuta dabas entrada a los instrumentos rogando que no hable el locutor o que no metan una publicidad antes del final, porque de lo contrario había que rebobinar y grabarle silencio para tapar esas fallas, y solían quedar unos sonidos extraños como el de hipo o cuando se cae el teléfono mientras estás hablando, pero era la manera más común de piratear música en alguno de los lados de un casete, a tan solo 1,40 pesos.

Por suerte las nuevas tecnologías han progresado, pero a medida que el tiempo sigue su curso, se repite un patrón generacional, nuevos estilos que nacen, en una primera etapa, son únicamente del agrado de los más jóvenes, y de a poco van derribando barreras y logran expandirse lo suficiente como para ganar unos bytes dentro de cualquier pen drive o tarjeta de memoria. Por suerte los que tenemos hijos podemos excusarnos diciendo, -eso no es mío, lo grabó mi hija- o -con razón no encontraba el pen, me lo agarraron los chicos para esto!!-, como ha sucedido con el hip hop, la cumbia villera, el reggeton, el trap y por si no fuera poco con el Anime japonés, tuvo que aparecer la música japonesa, algo así como los Backstreet Boys de ojos sesgados, que para nuestra suerte, son del agrado de una nueva generación de futuros adolescentes, como es el particular caso de mi hija Martina. Imagínense esos juguetes en locales de regalería, 'Todo x $2' que presionas un botón y una única canción japonesa se replica en todos ellos… bueno ahora trasladalos a una banda musical.

De algo estoy totalmente seguro, si pensaban que 'menear la burra', 'el chupa chichi' o 'Ella Quiere Hmm..Haa..Hmm' eran imposibles de superar, quien sabe que nos depara nuestro futuro sonoro, esperando captar la atención de nuestros hijos, y posiblemente de esas pequeñas mentes rebeldes nazca un nuevo estilo musical como el trap chamamesero o el hiprock, o dios vaya a saber que abominación se fusionara para dar lugar a un nuevo engendro musical. Solo espero que cuando eso suceda, si nuestra economía continúa fluctuando como hasta ahora, puedan incluir en los precios cuidados, auriculares para todos y todas.

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