Qué
finalidad cumplen las instalaciones de un club deshabitado. Imposibilitado de
cumplir su función para el que fue concebido; contener, enseñar y generar
lazos.
Sin
entrenadores, ni jugadores o padres; sin chicos correteando; ni charlas con
mate bajo la arboleda. Sin pitazos ni gritos que interrumpan el sonido armónico
del viento al castigar las hojas de aquellos gigantes eucaliptus. Sin el
chisporroteo de un fogón que anuncie un encuentro o una simple reunión entre
amigos: comunión necesaria a la hora de iniciar o consolidar proyectos
grupales.
No
se oye la congoja de las hamacas, y la gramilla gana terreno sobre espacios
donde el transito impedía su avance. Los palos, son simples palos tirados en el
suelo, lejos están de cumplir su rol de espadas imaginarias o fusiles de una
batalla librada a media tarde por pequeños delirantes. Los teros anidan en las
canchas y se pasean indiferentes, sin necesidad de alertar el peligro de algún
extraño. Mientras que los tablones de la tribuna se mantienen inertes, sin
soportar los saltos de la hinchada ni el aliento ni los cánticos.
En
su lugar, jugadores, preparadores físicos y entrenadores hacen escuela a
través de aplicaciones virtuales. Se le destina tiempo, dedicación y
trabajo. Pero qué puedo decir al respecto; es como si me dieran a elegir que
mire un partido de rugby desde mi casa, o estar sentado en la tribuna del
estadio viéndolo en vivo, escuchando el estruendo de los tackles, el sonido de
la pegada cuando viaja la pelota directo a las haches, y lo precede el rugido
del público. Podría decirse que se disfruta de ambas formas, pero son dos
realidades completamente diferentes.
Creo
que cuando ocurren estos hechos imprevistos, como lo es la pandemia, se logra
apreciar lo que uno ya tenía, y se le da el verdadero valor que corresponde.
Los jugadores veteranos esperamos ese asado de los jueves, escuchar nuevamente
esas historias ya narradas o ese tercer tiempo sin horario de retorno.
Necesitamos de la manada, del deporte en equipo, de fragmentar ese significado
de jugador para fundirse con el resto.
Lamentablemente
la cuarentena no da muchas opciones y debemos acatar órdenes como lo hacemos en
el juego: sin reprocharle nada al árbitro, volviendo rápido en posición defensiva.
Por
el momento sólo queda cuidarnos y seguir entrenando desde casa, sin perder la
inercia que impulsa lo logrado. No hay mal que dure cien años dice el dicho, y
es en estos momentos duros donde se hacen fuertes los equipos, ante la
adversidad, cuando se presentan obstáculos y la mente se pone a
prueba.
De
mi parte, aguardo paciente en mi rol de padre de mis dos hijos que demandan más
tiempo en este presente complejo, priorizando mi equipo familiar ante el
deportivo, pero haciéndome de algún hueco para seguir en movimiento y
estar a la altura de las circunstancias. Esperando expectante y ansioso que la
tormenta pase. Y, para cuando salga el sol, justo en ese instante
cuando el silbato irrumpa nuevamente el ajetreo sereno de las hojas,
podremos seguir disfrutando este regalo divino que nos da la vida, estar en una
cancha de rugby, sentir el olor al césped recién cortado y saberse inmunes a
todo, incluso al paso del tiempo, al menos por ochenta minutos.