miércoles, 22 de abril de 2020

El descanso de las Haches




Que designio cumplen las instalaciones de un club, por momentos deshabitado. Imposibilitado de cumplir su función para el que fue concebido; contener, enseñar generar lazos

Sin entrenadores, ni jugadores o padres e hijos deambulando; sin sombras correteando, ni charlas con mate bajo la arboleda. Sin pitazos ni gritos que interrumpan el sonido armónico del viento al castigar las hojas de aquellos gigantes eucaliptus. Sin el chisporroteo de un fogón que anuncie un encuentro o una simple reunión entre amigos, comunión infaltable a la hora de iniciar o consolidar proyectos grupales. 

No se advierte la congoja de las hamacas y la gramilla gana terreno sobre espacios donde el transito impedía su avance. Los palos, son simple palos en el suelo, lejos están de cumplir su rol de espadas imaginarias o fusiles de una batalla librada a media tarde por pequeños delirantes. Los teros anidan en las canchas y se pasean indiferentes, sin necesidad de alertar el peligro de algún extraño. Mientras que los tablones de la tribuna descansan inertes, sin soportar los saltos ni el calor de la gente, ni el aliento, ni los cánticos. 

En su lugar, jugadores, preparadores físicos y entrenadores hacen escuela a través de aplicaciones virtuales; se le destina tiempo, dedicación y trabajo de ambas partes; pero que puedo decir al respecto; sería como mirar un partido de rugby desde tu casa o estar sentado en la tribuna del estadio viéndolo en vivo, escuchando el estruendo de los tackles, el sonido de la pegada cuando viaja la pelota directo a las haches y el rugido del público que lo precede. Podría decirse que se aprecia de ambas formas pero son dos realidades completamente diferentes, al menos lo es desde el punto de vista de alguien que ya pinta canas, donde la balanza se declina hacia un rugby más social y menos competitivo, pero desde ya, no se conforma con perder. Creo que cuando ocurren estos hechos imprevistos se logra apreciar lo que uno ya tenía, se le da el verdadero valor que comprende. Los jugadores veteranos, esperamos ese asado de los jueves, escuchar nuevamente esas historias ya narradas o ese tercer tiempo sin horario de retorno. Necesitamos de la manada, del deporte en equipo, de fragmentar ese significado de jugador para fundirse con el resto, tomando distancia de deportes donde un solo individuo es la figura principal. Pero la cuarentena no da muchas perspectivas y debemos acatar ordenes como en el juego, sin reprocharle nada al árbitro, volviendo rápido en posición de defensa.

Por el momento solo queda cuidarnos y seguir entrenando desde casa, sin perder la inercia que impulsa lo ya logrado. No hay mal que dure cien años dice el dicho, y es en estos momentos duros donde se hacen fuertes los equipos, ante la adversidad, cuando se presentan obstáculos y la mente se pone a prueba. De mi parte, aguardo paciente en mi rol de padre de mis dos hijos que demandan más tiempo en este presente complejo, priorizando mi equipo familiar ante el deportivo, pero haciéndome de algún hueco para seguir en movimiento y estar a la altura de las circunstancias, esperando expectante y ansioso que la tormenta pase. Y para cuando salga el sol, justo en ese instante cuando el silbato irrumpa nuevamente el ajetreo sereno de las hojas, podremos seguir disfrutando este regalo divino que nos da la vida, estar en una cancha de rugby, sentir el olor al césped recién cortado y saberse inmunes a todo, incluso al paso del tiempo, al menos, por ochenta minutos.   

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