sábado, 20 de abril de 2019

Un consejo Común y Corriente


Las campañas de prevención cumplen un rol importantísimo en la sociedad, Nos ayudan a prevenir y en caso de estar ya instaladas, de evitar la propagación de distintas problemáticas, pero por sobre todo te alertan de algo que siempre creemos que le va a pasar a otro.

Desde chico una de las advertencias más habituales radicaba en los peligros de la electricidad. Mi vieja solía decirme a los gritos, —no habrás la puerta de la heladera descalzo que te vas a quedar pegado!! —y lo seguía un —Y no tomes agua del pico de la botella!!!— No era necesario que me encontrara en su radio visual, desde cualquier ambiente de la casa, con el solo hecho de escuchar el sonido a sopapa de los burletes de goma de la puerta, ya se despachaba con sus gritos.


En esa etapa de mi vida, me daba hambre cada quince o veinte minutos. Disfrutaba incurrir en la heladera en reiterados casos sosteniendo que de tantas veces que lo hacía, aparecía algo de mi agrado. 

En ocasiones con mi viejo, nos encontrábamos descalzos y se me ocurría tomar algo de la heladera y mi madre decía, —mejor deja que vaya tu padre —, por lo que daba lugar a pensar varias cosas: o mi papá tenia un seguro de vida de varios ceros por cobrar, o la electricidad al igual que la poliomielitis solo afectaba a los niños. Pero como no se enseñaba mucho con el ejemplo sino con el "porque No" o con el "porque SI", no se me ocurría decirle a mi vieja —por qué el puede y yo no? —.

Por otro lado estaba mi viejo, que respaldaba sus advertencias con tiernas fabulas o historias de dudosa procedencia, como si fuera una especie de Rolón o Bucai pero sin título de psicólogo. —Te vas a quedar como al finado Rosendo que fue a cambiar la tele mientras tenia los pies en remojo para sacarse los cayos y quedo calcinado —con tanta descripción meticulosa me daba mas asco imaginarme los cayos de Don Rosendo, que el viejo chamuscado, tratando de dar vuelta la ruedita de la tele para cambiar de canal. No pretendía contradecir tal posible muerte de ese singular personaje, pero me lo dijeron tantas veces y de una manera tan dramática que costaba creerlo. Convengamos que las instalaciones en los hogares eran muchos mas precarias, no tenían disyuntores, sino unos tapones con alambres de cobre que se cortaban ante un cortocircuito. Sucedía que a veces reemplazaban el alambre con uno mas grueso para que no salten por cualquier boludes, pero el problema era cuando esa boludes, eras vos con los dedos en el enchufe, o Rosendo cambiando la programación.

Otras advertencias llegando a estas fechas santas, era al comer pescado —tené cuidado porque se te puede clavar una espina . O cuando engullía grandes cantidades de comida solían contarme una historia de un chico, que al ahogarse con comida, lo salvo su padre carnicero haciéndole una traqueotomía con la cuchilla de despostar animales. Imagínense después de eso la concentración requerida para comer ese plato, era como desarmar una bomba... mi vieja alegaba  —el pescado no llena —, y como me iba a llenar si estaba tres horas para degustar un filet de merluza, pensando que en cada bocado ponía en juego mi vida.

Ahora que me toca estar del otro lado, puedo empatizar con muchas de aquellas advertencias y prevenciones. Los manotazos de muñeca para cruzar la calle acompañados de un par de sacudones, para que el conocimiento adquirido se grabe en alguna parte específica del cerebro. Las necesidad de tantas vacunas, el mertiolate supuestamente indoloro, no correr con un chupetín en la boca, tener cuidado con los cuchillos, no hablar con extraños, aquel —abrigáte que te vas a enfermar!! —en verano, con treinta y cinco grados a la sombra y una infinidad de situaciones que podría citar. Pero no solo me di cuenta de eso, sino de un montón de otros temores ocultos, porque ciertamente ser padres es eso, querer evitar que sus hijos transiten por cualquier escenario doloroso, mantenerlos ajenos al sufrimiento físico o psíquico. Porque si el lastimado es uno, tenemos herramientas para defendernos: gritar, pelear, ignorar, reír o llorar, pero cuando es tu hijo... cuando es tu hijo no hay escudo que te proteja. No hay armas que derroten ese sentimiento de impotencia. Que quiten ese nudo en la garganta. Levantamos penitencia impuestas o cualquier cosa que este a nuestro alcance, con tal de cambiarles el ánimo. 

Por eso ahora de grande cuando abro la puerta de la heladera descalzo y tomo agua del pico, nadie cuestiona mi accionar, porque ya no es tan importante lo que yo haga, ahora, lo más importante, son ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Crimen organizado

La mesa ubicada en el patio de Anselmo Martínez estaba fabricada de cemento, arena y piedra: una perfecta circunferencia decorada con recort...