El
exterminio es inminente e inevitable. Desde hoy una página oscura se labrará en
la historia de esta Nación qué, contra toda voluntad, debe tomar medidas
extremas por el bien común no sólo de este país, sino de toda la humani...
…Cada
vez entiendo menos lo que dice el presidente, los políticos usan palabras
sofisticadas para encubrir los aumentos de precios y la pobreza. Palabras como
inflación, riesgo país, lebacs, leliqs. Pero a todo eso trato de restarle
importancia más allá de lo que digan, al final hay que salir a laburar para
comer. Al menos así era antes de la epidemia. Mirá si me va a preocupar lo que
dice un político, más cuando hace cuatrocientos cincuenta y dos días que
estamos en cuarentena. Pero cuarentena...cuarentena.
Mamá
—Dios la tenga en la gloria— se me fue en abril. Y digo se me fue, porque
cuando anunciaron el toque de queda se escapó de casa, y desde ahí no tengo ni
noticias de su paradero. Ella se tomaba dos litros de vino por día, y con esto
de quedarse encerrada, la abstinencia la hacía caminar por las paredes. Una
noche tormentosa, después de un corte de luz, se fugó en la oscuridad sin dejar
rastro ni tampoco alcohol en gel. No creo que haya llegado muy lejos con sus ciento
ocho años, pero no pierdo las esperanzas de que algún día aparezca, por lo
menos a devolverme el alcohol que últimamente cuesta un ojo de la cara.
Todo,
culpa de esta maldita epidemia que nadie sabe cómo se originó, cuál fue el
primer caso ni cómo se esparció por los rincones del planeta. Algunos dicen que
fueron los Mejicanos del sur de Guanajuato por comer burritos en mal estado
—quien se atreve a comer esos pobres animales, tan dóciles y trabajadores, con
sus orejitas largas y esas miradas como de Santiagueño a las tres de la tarde—.
Otros sostienen que fue un virus creado por lo Yankis, después dijeron que la
culpa la tenía un mono.
En
un principio, las mujeres y los chicos se quedaban aislados en sus casas, y los
padres salían en busca de alimentos y víveres al supermercado, remontándonos a
los orígenes de nuestra especie. Todos creían que, como los hombres suelen ser
más prácticos a la hora de comprar, no tienden a detenerse para ver algo
que no necesitan: no le hacen sacar todas las remeras del local al que los
atiende para terminar comprando la primera que ya les había gustado.
Pensaron
que no se amontonarían en las colas y con esto se evitaría gran parte del
contagio. Pero no tuvieron en cuenta lo complicado que puede ser comprar un
paquete de arroz. Se apilaban de a veinte o treinta hasta que decidían entre
el no se pasa, el doble carolina, el fino largo, el corto, el Integral,
el glutinoso. Y ni hablar de la variedad interminable de marcas que
existen. Otro cuello de botella era frente al papel higiénico. Eso sí que es un
mundo aparte. Rollos de cuatro, seis y hasta ocho unidades; de treinta,
ochenta, cien y doscientos metros; simple, dobles, lisos, con poros para
rasquetearte mejor el culo y hasta con o sin dibujitos. Eran calculadoras
humanas multiplicando con los dedos los metros por las unidades y
comparando precio y calidad, realmente se tomó conciencia de lo
difícil que puede ser algo tan simple como ir a cagar. Pero donde más se
amontonaban como moscas era eligiendo toallitas femeninas, eso sí está
codificado sólo para mujeres; con alas, sin alas, ultrafinas, paquetes, paquetitos
y paquetones, diurnas, nocturnas, un verdadero misterio que parece hecho por
los rusos.
Después,
cuando todo empeoró y no te dejaban salir ni a la esquina, comenzamos a usar
mucho los deliverys telefónicos y las compras por internet que te traen el
pedido a tu casa. Por el aspecto que tenían los cadetes, suponíamos que
después del reparto diario se volvían directo a la Nasa, a despegar un
cohete o algo por el estilo. Unos trajes futuristas como de papel aluminio,
todos plateados, con cascos de vidrios espejados, botas blancas, tubos de
oxígeno, guantes haciendo juego, una cosa impresionante. Aunque después, cuando
se iban en sus motos el casco lo llevaban en la mano, algunas costumbres
cuestan erradicarlas por más plata invertida que haya. Lo gracioso fue que con
el correr de los días, los cadetes se la fueron creyendo, ¡no miento!, los
tipos realmente pensaban que eran astronautas, se comieron el personaje como
locos. Hacían la entrega y te decían frases como "has dado un gran
paso", cosas así, o cuando se les pinchaba una goma llamaban y decían,
"Houston estamos en problemas, manden ayuda de la nave nodriza", como
si no supiéramos que la cadetería estaba en el barrio Chacarita frente a
la plazoleta. Incluso una vez uno se fue saltando a pasos lentos y pausados
como si tuviéramos la misma gravedad de la luna, unos payasos bárbaros.
Eso sí, se llenaron de guita cuando prohibieron salir de las casas, para mí
estaban entongados con el gobierno de turno.
Uno
dice qué lindo es descansar, pero a los sesenta días ya te pudriste de
jugar al chinchón, a la escoba de quince, a la canasta, al ludo, al yenga, al
buracco, al Estanciero, o al huevo podrido. Me contaron de un policía que quedó
en cuarentena en la casa de su suegra y se pusieron a jugar a la ruleta rusa,
pero con una nueve milímetros. Sé de una pareja vecina que se divorció porque
el marido le hizo trampa jugando al culo sucio, ¡juro que es cierto! Así de
tensa se ponen las relaciones cuando se está en cautiverio.
Y
cuento esto para que se den una idea por lo que hemos pasado, y por más que
digan algo de un exterminio no me van a asustar. Es más, a esta altura ya
ni sé que dice el presidente en la tele porque le bajé el volumen.
Después
continuó la moda de los cursos en línea. Cursos de diseño gráfico, muchos de
cocina y repostería, de corte y confección, de clarividencia, tarot, y reparación
hogareña. Pero el golazo fue el de curar el empacho y la ojeadura, un negocio
redondo que hasta el día de hoy no para de tener adeptos. Como para salir al
hospital o al sanatorio tenes que rellenar mil formularios, el curanderismo pasó
a ser lo más cómodo, y, además deja buena guita. Vos le decís tu nombre, el
apellido y las coordenadas por GPS donde te encontrás, y te mandan las
sanaciones y listo, curado. Eso sí, para que te traspasen los poderes tenes que
esperar hasta navidad y hay que tener cuidado a quien llamás, porque hay mucho
chanta dando vuelta que tiene el poder, pero de cagar a la gente.
Mi
hermana Lidia me contaba que hizo unos cursos de masajista. Practicaba con dos
kilos de bola de lomo y cada tanto cambiaba de corte para simular otros
músculos. Algunas veces peceto o cuadrada, otras, bondiola de cerdo, matambre
de cebú. Pero sin dudas el más complicado era el corte tortuguita que es puro
pellejo, le quedaban los dedos acalambrados de tanto darle y darle. Porque en
su casa los dos hijos no le daban pelota con el emprendimiento, y al marido se
lo llevó el virus. Mis sobrinos no se dejaban hacer masajes, cosas de
adolescentes, bien que después se comían las milanesas que hacía con esa carne:
eran fuera de serie, una manteca, todas descontracturadas, podían cortarse con
el tenedor.
Algunos
problemas surgieron cuando el pasto empezó a crecer en forma desmedida. Sucede
que, como nadie podía salir a los frentes ni al patio de sus propias casas, el
pueblo se había transformado en una selva misionera. Hasta que una pareja de
ancianos que iban al sanatorio, fue asechada por un par de hienas que
salieron de entre las malezas. Y, si bien nadie atestiguó lo
ocurrido, la verdad saltó a la luz cuando encontraron a una anaconda que se
había comido a las dos hienas y estaba regurgitando los carnet de la obra
social de los pobres viejos. Tras ese acontecimiento nos dejaron cortar el pasto
una vez a la semana.
Otro
problema fueron los velorios, primero se hacían con el finado y la viuda únicamente.
Un silencio, un aburrimiento, nadie con quién hablar, hasta daba miedo quedarse
con un muerto en la soledad de la noche. No vaya a ser que te hable o se
levante convertido en zombie, a veces la imaginación te juega una mala pasada,
peor estando cansado. Se dieron cuenta que esto era contraproducente, que la
gente sufría mucho. Por lo que se decidió virtualizar los velorios. Le
colocaban una camarita enfocando la cara del finado, y el que quería se
conectaba desde su casa a dar el pésame, a contar historias, y porque no un par
de chistes como en todo velorio. No faltaba el que se tomaba unas copas de más
y decía alguna barbaridad, pero como la viuda era la que administraba la sala
virtual, lo desconectaba y listo. Incluso algunos de estos programas tenían
juegos y entretenimientos en red, así daba gusto conectarse a los velorios
porque aparte era todo gratis.
Qué
puede ser peor que esto, que estar encerrado tantos días. Veo que el presidente
giró dos llaves y apretó un botón rojo, debe de estar llamando al servicio
para que le traigan un vaso de agua o algo de comer. Si esto fuera en
Inglaterra te diría que pidió un té, son la cinco de la tarde así que da
justo el horario. Pero estando acá puede ser cualquier cosa, tenemos
hábitos muy surtidos, de mucho inmigrante. Puede estar entre un mate cocido,
unos tererés, un café con leche, facturas o una grapa con miel. Lo que noto
distinto es que afuera deben estar festejando algo, se escucha un griterío
insoportable. Capaz anunciaron que ya se puede salir o debe ser San Fermín,
aunque ahora que recuerdo eso es en España, pero como festejamos San Patricio
vestidos de irlandeses, no te extrañe que suelten un par de toros en la avenida
del centro. Nos gusta adueñarnos de las fiestas extranjeras, la navidad, el año
nuevo chino, el día de la marmota, Halloween y el último fue el día de la
Independencia, pero de Hazajistán. Qué tenemos que ver con Hazajistán, no sé,
pero mientras haya comida y chupe no prendemos en todas.
Ahora
mismo comenzaron los fuegos artificiales o es lo que parece por ese resplandor en
el cielo, y me da la impresión de que algo está volando directo hacia acá.
Pueda ser que no hagan mucho ruido, más de todo por los perritos, está prohibida
la pirotecnia en el barrio pero siempre hay un desubicado que da la nota cuando
sale campeón algún cuadro de fútbol, o para las fiestas de fin de
año.
Bueno,
ya es muy tarde para mí, son casi las doce de la noche, no quiero mirar más ese
resplandor porque tengo miedo de que me haga mal la vista, igual que los
eclipses cuando mirás con una radiografía vieja a contraluz. Resulta que
ahora no se puede mirar así, te puede quemar la retina o se te ceca el ojo...
cosas que por ahí se dicen. Yo, mejor me voy a acostar, es tarde, y con tantas
luces tengo un dolor de cabeza que en cualquier momento me explotan los sesos.