Recuerdo estar en la escuela
cuando mi señorita de 4to grado, trazando una línea perfecta a lo ancho del
pizarrón, con una raya al inicio y una flecha al final, nos decía, —esto les va a
facilitar comprender los sucesos a través del tiempo y ubicarse cuando ocurrió
cada uno—. Yo, por más que me esforzaba por retener, me preguntaba —¿Cómo va a hacer esta mujer para
que memorice que paso en cada rayita?—, y hasta el día de hoy me cuesta
memorizar muchas cosas y cada vez más.
Por eso, tener tantos detalles minuciosos de un día en particular no es algo
habitual. Seguramente ha quedado almacenado en mi “memoria a largo plazo episódica”, que permite recordar hechos concretos o
experiencias personales, algo así como la memoria ROM de una compu, esa que no
se borra cuando la reinicias.
Son las tres de la madrugada y ahí me veo sentado en mi cama con el celular en la mano, no
estoy jugando Candy Crash, de hecho, se creó dos años más tarde en 2012. Estoy
cronometrando el tiempo de cada contracción, cual si fuese una carrera de
regularidad, tratando de seguir al pie de la letra lo que indicó el obstetra y
no caer al sanatorio cinco horas antes por una falsa alarma. Sucede que los
profesionales de la salud no entienden que uno ha crecido mirado películas a lo
largo de su vida y en todas ellas la
madre tiene dos contracciones, se sienta en la cama, o en la silla de un
restaurante y dice —ahí vieneee!!!—, acto seguido todos salen corriendo como
locos gritando, la desesperación y el caos se apodera de cada personaje y huyen
a toda velocidad en su vehículo rumbo al hospital. Entonces llamo al doctor, porque después de varias
contracciones ya te invade la desconfianza. El curso de preparto se diluye como
agua entre los dedos y las dudas de no saber cuánto tiempo duraban las
contracciones y de cuanto era la pausa, o alguna se pasa del tiempo y vos la contas como regular. En fin, el tipo te atiende con una voz relajada y te recalca, —cuando sean cada 5 minutos
por una hora tráela, ¿ya despidió el tapón mucoso?— Y uno piensa qué forma
tendría que tener un tapón mucoso, ¿se habrá salido y no lo ví?. A lo que
respondo —un segundo que le pregunto a mi señora…—ella seguramente debe saber.
Después de varias idas y venidas por teléfono nos da el Ok para ir, Martita se da un
baño relajante y terminamos de guardar las últimas prendas en los bolsos de mamá
y la futura bebé. Llamamos un remis que milagrosamente viene sin demoras y subimos al vehículo. Nos
encaminamos rumbo al Sanatorio, pero esta vez, no hay
interacción con el chofer como suele suceder, no importa el clima, lo caro que están las cosas o
la inseguridad, solo estamos enfocados en las contracciones que no cesan. El
remisero al darse cuenta de la situación, comienza a notarse algo asustado y percibo que acelera su vehículo, porque
aparentemente veía las mismas películas que yo y que todos los padres
primerizos. Toma la calle Islas Malvinas y cruzamos Av. Santa Fe, transita unos
cincuenta metros y se come una loma de burro nuevita, reluciente, con el lomo
ensanchado y vigoroso esperando que algún desprevenido la transite, esas que te
hacen pegar la cabeza contra el techo y que quedara en la memoria de la futura
madre que casi pare en el mismísimo auto. En ese instante, su panza se endurece y se acuerda de la mamá del remisero, de la abuela y de todos sus ancestros. De hecho, no hay vez que pasemos por ese lugar y no reflote ese episodio
tan desafortunado.
Continuamos con el trayecto, gracias a Dios sin nuevos
sobresaltos y finalmente llegamos al Sanatorio. Luego de anunciarnos
en recepción nos llevan a una sala donde empiezan con el goteo para inducir el
parto. Yo al lado de Martita tomando su mano, dando apoyo psicológico y frotando su
espalda para dar lucha a los dolores, mientras me estrangula mis dedos a tal
punto, que no sé si es un bebé o alguna especie de Alien asesino que le saldrá
por el pecho. Recuerdo también haber escuchado alguna
frase como —por dios, saquenmelooo — pero puede ser idea mía. Ese
tiempo parece eterno, pero por suerte la dilatación es la esperada y
transcurrida aproximadamente una hora, deciden trasladarla a la sala de parto. La
enfermera se me acerca y me pide la ropa para la bebé, usa términos como “ranita”,
“bodis”, “batita”, “mantita”, todo en diminutivo. En mi mente parece nuevamente trazarse una línea de tiempo con
rayitas porque no entiendo nada. Viendo que estoy en un estado de total incomprensión a ese conjunto de nuevos términos, me dice sutilmente y con tono
solemne, —a ver papá dame el bolso—, y vuelvo a reaccionar.
Me dan una especie
de guardapolvo para presenciar el nacimiento. Entro y todo parece estar listo. Me ubico al lado de Martita, que está acostada en una camilla inclinada con las
piernas abiertas y semiflexionadas. El doc con tono de maestra de jardín de
Infantes le dice, —Bueno mami, cuando sientas que viene la contracción vamos a
pujar—, luego del primer pujo, me asomo y su cabecita también lo hace. En ese instante, el médico toma el bisturí y para
mi asombro, le hace un tajo en la chuchis, pochola, cachucha, cotorra o como
quieran nombrarla. Lo quedo mirando y me hago varias preguntas, ¿Qué
hijo de mil, cómo le pudo hacer ese tajo sin avisarme?, ¿eso estaba programado?,
¿no era que en el parto natural salía los bebes y listo?. Al tiempo después de
googlear entendí que era según el tamaño de la criatura y la dilatación para
que no sufra un desgarro la madre. A todo esto vuelvo en sí y en solo tres o cuatro pujos más, sale una niña cubierta
vérnix o unto sebáceo, (una sustancia blanca y grasa que protege la piel de la
bebé mientras se encuentran en el líquido amniótico). Ahí pienso dos cosas, —en
las películas los bebes no nacen así —, y lo otro es —me imagino que la van a
limpiar primero antes de dármela —. La cubren con una manta y se la muestran primero a
mamá, para que conozca a su hija y luego de emocionarse, acto seguido entra en un
sueño letargo, cuasi oso en su cueva espera que empiece el duro invierno. Es que
entre los nervios y el trabajo de parto quedó totalmente exhausta.
Luego la
toma su pediatra y la lleva para control. Aspira sus pulmones, la limpia, controla sus
signos vitales, sus reflejos y la viste. Miro asombrado el procedimiento, pero
todavía no tomo noción de lo sucedido, empiezo a darme cuenta lo hermosa que es
y de sus buenas cuerdas vocales para llorar. Entonces llega mi turno. La tomo en mi
brazos, quedo con esa pequeña de manitos arrugadas y de labios enrojecidos solos
por primera vez, mirándonos. Creo que en ese instante me di cuenta que nada seria como antes. Que había dejado de ser Hijo para convertirme en algo más. En ese acto, me fue entregado un manual que decía en la tapa “Como ser padre”, con
la desdicha de que todas las hojas estaban en blanco, apenas un prólogo el la primer hoja con
consejos de mis viejos, que me fueron dados a lo largo mi vida y que muchas
veces ignoré por pensar que eran anticuados y nunca los usaría. Para peores el primer capítulo
ya tiene colocado un título que dice “Como cambiar su primer pañal”, y
seguramente lo voy a tener que escribir en minutos pero no tengo la menor idea
que poner. Me hago el desentendido, como cuando rompíamos un vidrio de chicos y
ponías cara de.. ¿Quién habrá sido?. Para mi suerte apareció la
pediatra y se encargó del tema, mientras ella la limpiaba fui tomado nota
minuciosamente de cada paso. Una vez en la habitación la dejo descansar en su
cunita, recién ahí avisamos a los familiares que nació, queríamos ese momento
solo para nosotros, algo único, tranquilo y totalmente íntimo, donde pudiéramos
disfrutarla y se sintiera a gusto en su nuevo mundo, sin que nadie la altere.
Hoy, con nueve años recién cumplidos, no puedo dejar de asombrarme cuanto
has crecido, tu gran capacidad para las artes, ese sentido del humor tan contagioso
(y tan cambiante), muy parecida a mí pero tan diferente a la vez. Sé que resta
mucho por recorrer pero quería regalarte este relato de unos de los pocos días
que recuerdo tan nítidos y con tantos detalles, para compartirlos con la niña que cambió mi vida, y despertó una sentimiento de protección, mientras que una sensación de vulnerabilidad me inundó el alma y me arrancó
la armadura que hasta ese momento me hacía creer invencible.